La reflexión final de Dante Gebel sobre aprovechar la vida antes de partir

La reflexión final de Dante Gebel sobre aprovechar la vida antes de partir

El conductor llamó a sus oyentes a aprovechar cada segundo que tenemos en la tierra y no prestarle demasiada atención a lo que nos hace mal

Cada cierre de La Divina Noche de Dante tiene como objetivo final hacernos reflexionar sobre aquellas cuestiones que por ahí ocupan demasiado lugar en nuestras mentes y no nos dejan pensar con claridad. Su experiencia al mando de la iglesia de River Church hace que el conductor se sienta cómodo llevado temas de tal profundidad. En esta oportunidad llamó a sus oyentes a valorar la vida porque es demasiado corta. Parece una frase trillada, pero a través de historias, Gebel nos deja un lindo pensamiento para antes de ir a dormir. 

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"La alegría de la vida existe hasta el último suspiro y disfrutar todo a nuestro alrededor es fundamental.¿Qué pasaría si a vos o a mi nos quedara un año de vida?, ¿Qué lista de deseos haríamos que nos gustaría cumplir antes de partir?", se pregunta el conductor. "No esperemos hasta el final para hacer lo que deseamos.Nadie sabe cuál va a ser su último día, nadie tiene asegurada la vejez. La vida es lo que tenemos hoy, ahora, ya", agrega. 

 

La reflexión completa de Dante Gebel titulada "Antes de partir" 

Cuando el gran músico italiano Arturo Toscanini, considerado como el más grande director de orquesta de su época y del siglo 20, cumplió los 80 años, le preguntaron a su hijo Walter qué obra consideraba el anciano, este gran maestro, como la más importante de su vida. Y el hijo dice: "Probablemente para mi padre no exista tal obra, porque siempre lo que realizaba en cada momento, para él era lo más importante de su vida, tanto si estaba dirigiendo una sinfonía como si estaba pelando una naranja". ¿Qué tal? Y eso es lo que estamos haciendo hoy en el presente. Yo digo siempre validemos lo que hoy nos toca hacer, porque ésta, ahora, en este instante, es nuestra mejor obra. El mañana no nos pertenece. El ayer murió mientras dormíamos. Entonces la vida puede ser justa, puede ser injusta. Todo depende de cómo la recibamos o la aceptemos. Pero lo más importante no es el dinero, no es la casa. Es lo que hacemos, es compartir con alguien cada momento de nuestra vida. Y se trata de disfrutar cada segundo junto a alguien. Eso es un hogar, no una casa. Alguien. Un hogar no es un sitio. Es alguien. La alegría de la vida existe hasta el último suspiro y disfrutar lo que nos toca, pienso que es fundamental. 

Yo suelo preguntar: ¿Qué pasaría si nos quedara un año de vida? ¿Qué lista de deseos haríamos que nos gustaría cumplir antes de partir? No hace falta que nos den un año de vida para hacer esa lista. ¿Cuáles son las cosas que siempre quisimos hacer y nunca hicimos? ¿O aquellas que quisimos decir y no nos animamos? No hay que esperar que la perspectiva de un final abrupto o trágico o de un infortunio le dé valor a las cosas. No hay que pelear hasta el final para hacer lo que uno desea, porque aparte nadie sabe cuál va a ser su último día y nadie tiene asegurada la vejez. Nadie puede decir: "Yo voy a vivir necesariamente los años altos hasta los 100". Quizá sí, quizá no, la vida es esto, hoy, es el hoy, ahora, ya. Y las cosas que ocurren en nuestra vida ocurren porque uno las hace, no porque nos quedamos de brazos cruzados esperando que la vida vaya pasando. Uno tiene que ser proactivo, intencional. 

Y hoy quiero terminar con algo que aprendí cuando era chico La Lección de la Diuca, que aprendí de memoria. No tan chico. Si no hace unos años atrás. La Diuca es un pajarito de La Pampa. Y en un texto magnífico, maravilloso, del gran poeta pampeano Edgar Morisoli. Dice más o menos así. Puede que me equivoque en algunas cositas, pero trataré parafrasear lo más que pueda, lo más que pueda cercano a lo que escribo. Vivimos en una tierra mágica. Cuyo pacto de existencia con el universo se renueva día a día. O mejor dicho, noche a noche. Porque al filo del alba, cuando todavía la oscuridad es absoluta y relumbra más fuerte el lucero de la madrugada, el mundo afronta la pregunta decisiva, señores. La duda mayor que es: ¿Amanecerá hoy? Y el porvenir se juega suerte y verdad. El día o la nada. La continuidad de la vida sólo es posible con el sol. O su interrupción y el cese de esa maravilla cotidiana llamada amanecer. Encrucijada. Tremenda disyuntiva final que en ese momento único de la noche, de cada noche, coloca todo lo que se alienta sobre la tierra, entre el cara o ceca de la muerte o la vida, ante el universo o reverso del naipe del destino. Y entonces, solo entonces, un pájaro lo salva. Noche a noche un pájaro salva al mundo. Pajarito pequeño, gris plomizo, vientre y garganta blancos que en el instante crucial, en el inmenso silencio de la noche patagónica, canta. No, qué digo canta, rompe y canta y amanece. Es ella, la Diuca. Y la vieja sabiduría del hombre de la tierra. La siempre verde palabra del pueblo así lo enseña con su síntesis poética. La Diuca no canta porque va a amanecer, sino que canta para que amanezca. Las cosas no se hacen solas. Y yo digo siempre cantemos como la Diuca para que el sol salga todos los días de nuestras vidas. En términos metafóricos, claro. Cantamos para que salga el sol. No decimos si canto, no canto el sol va a salir igual. No, cantamos para que amanezca y rompa el amanecer. Depende de nosotros. Hay que hacer nuestra lista, cumplirla mucho antes de saber cuándo será nuestra partida a la eternidad. Y, por supuesto, tomar la decisión de vivir intencionalmente, de ser proactivos, de celebrar la vida. Y de eso se trata, señores. Celebra la vida. Tema icónico, si lo hay. De nuestro querido Axel, que cierra la noche del día de hoy con nuestra banda aquí desde el estudio principal.

Por mi parte, me despido. Ha sido un placer hacerte compañía. Otra semana más. Que tengas una divina noche. Que la pases genial. Que Dios te bendiga.

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